Acción de Gracias por los beatos mártires del siglo XX sábado 9 junio

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Imágen de los beatos tijoleños

El próximo sábado 9 de junio a las 19:00h en el parque municipal “El Paseo “, tendrá lugar una misa de acción de gracias por los mártires de Tíjola del siglo XX.

El acto estará dedicado a los beatos José Cano García, José Almunia López y la beata Emilia Fernández Rodríguez.

José Cano García (Tíjola, 23 de febrero de 1904 – Tahal, 13 de septiembre de 1936)

Alumbrado en una humilde familia campesina, gracias a la profunda fe de sus padres cursó sus estudios meritoriamente en el Seminario Conciliar de san Indalecio. Allí mismo fue ordenado presbítero el dos de junio de 1928. Apenas un año ejerció de coadjutor de Tabernas, siendo Cura Ecónomo de Castro de Filabres durante tres años y Cura Encargado de Alcudia y Benitorafe hasta 1933. Ese año tomó posesión de la Parroquia de Tahal y, tres años después, fue nombrado Arcipreste.

Aunque su ministerio resultó breve en el tiempo, tan sólo ocho años, fue un presbítero verdaderamente excelente. Hombre de simpático trato, sabía dotar a su apostolado de dinamismo e iniciativa. Apasionado de la música religiosa, incluso compuso algunas piezas e inculcó la cultura musical entre sus feligreses. Profundamente enamorado de la Sagrada Eucaristía y de la Santísima Virgen, destacaba su oratoria y exquisitez en el confesionario. Austero en sus costumbres, era sensible a las necesidades del prójimo.

El Siervo de Dios fue apresado junto a su padre por treinta milicianos el veintiséis de julio de 1936. La brutalidad acometida hizo perder el sentido a su madre, por lo que permitieron que residiera bajo vigilancia en la casa familiar de Tíjola. Reclamado después por los milicianos de Tahal, fue salvajemente arrastrado a Tahal donde lo torturaron por diez días. Trataron de embriagarlo para que confesara crímenes inventados, forzándolo a beber anís en un vaso sagrado robado. En estas angustiosas jornadas hizo llegar unas trágicas letras a su madre.

Trasladado penosamente a Almería el diez de septiembre, tres días después fue conducido con el Siervo de Dios don José Álvarez Benavides de la Torre y sus compañeros al martirio. Al advertir que se dirigían a los pozos para ser fusilados, quiso avisar a sus compañeros. Para evitarlo, ataron una cuerda a su cuello y lo ahorcaron en el mismo camión. Su cuerpo, arrastrado hasta el pozo, fue arrojado antes de iniciarse los fusilamientos. El joven presbítero sólo tenía treinta y dos años.

Su sobrino, el canónigo don Juan Torrecillas, dice de su venerable tío: «Tiene fama de mártir entre los feligreses donde estuvo de sacerdote y que aún viven. Yo creo que es mártir de la fe. Personalmente le admiro y he sentido su ayuda en algunas cosas de mi vida sacerdotal.»

Beato José Almunia López – Teruel (Tíjola, 18 de marzo de 1870 – Turón, 29 de agosto de 1936)

Nacido once años después de su hermano, el siervo de Dios don Alfredo, fue bautizado en la Iglesia Parroquial de santa María de su pueblo natal. Junto a su hermano recibió la Confirmación y, al igual que éste, ingresó en el Seminario de san Indalecio de Almería en 1883. El veintitrés de junio de 1893 fue ordenado presbítero.

En Granada amplió sus estudios, ya de por sí brillantes. En 1894 se doctoró en Teología, en 1906 se licenció en Derecho Canónico y en 1909 en Derecho Civil. También impartió clases en Vera. Su primer destino pastoral fue la coadjutoría de santa María de Albox en 1893, donde impulsó a las Hijas de María. Desde 1896 fue Cura de Níjar, donde fundó la Adoración Nocturna en 1911.

El treinta de septiembre de 1911 tomó posesión de la Parroquia de Cuevas del Almanzora. Su feligresa doña Josefina Foulquié cuenta que: «Era un sacerdote piadoso, devoto de la Santísima Virgen y de la Eucaristía. Tenía mucho celo apostólico y tenía facilidad para acercarnos a Dios. Cuando subía al púlpito para predicar se transformaba y nos explicaba las verdades de nuestra fe con mucha unción y con gran facilidad de palabra. » Con tesón, alzó la segunda torre del templo cuevano.

Uno de sus hermanos, asustado por la Persecución Religiosa, lo convenció para que se ocultara en Almería. Hasta allí se presentaron los milicianos de Cuevas del Almanzora el veintiocho de agosto de 1936. El siervo de Dios se encontraba muy enfermo y su familia se resistió a entregarlo. Uno de los milicianos, al que el siervo de Dios había bautizado y dado la primera comunión, le aseguró que nada malo le sucedería.

Finalmente lo subieron a un coche y quisieron que se bajara en el puente de Rioja. Al negarse, le dispararon un tiro y lo dejaron sangrando mientras ellos fumaban. Luego, veintiocho disparos sellaron su martirio a sus sesenta y seis años de edad. Como, impresionado por su serenidad, uno de los milicianos no quiso dispararle; fue obligado a realizar el trigésimo tiro sobre su cadáver.

Beata Emilia Fernández Rodríguez (Tíjola, 13 de abril de 1914 – Almería, 25 de enero de 1939)

Sus padres, gitanos ambos, la bautizaron nada más nacer en la Iglesia Parroquial de santa María de su pueblo. Educada en las costumbres de su raza, le enseñaron el oficio de confeccionar canastos de esparto para ganarse honradamente el sustento.

Aunque enamorada de Juan Cortés Cortés, también gitano, no podía contraer matrimonio por la Persecución Religiosa. Finalmente, se unieron a principios de 1938 y ella quedó encinta. Para librar a su marido de participar en el frente, untó sus ojos con sulfato y declararon su inutilidad. No tardó en ser detenida y, a pesar de su gravidez, ingresó en la prisión de Mujeres de Gachás Colorás en Almería el veintiuno de junio de 1938. Fue juzgada y condenada a seis años de prisión el ocho de julio.

Su compañera de prisión, doña María de los Ángeles Roda, contaba: « Recuerdo la figura de Emilia, aquella gitana de ojos negros y muy grandes, alta, con el pelo tirante y un moño en la nuca, que nos llamaba poderosamente la atención por su estado de gestación, ya que allí estaban todas muy delgadas por la falta de comida. Amable, hablaba bajito, era además muy respetuosa y religiosa. »

Admirada por la ayuda que le prestaban algunas presas católicas, les pidió que la instruyeran en el rezo del Rosario. La cruel directora de la prisión, al advertir su devoción, prometió favorecerla sí denunciaba a sus catequistas. Al negarse la sierva de Dios, fue aislada en una celda y sometida a malos tratos durante su embarazo.

El trece de enero de 1939 dio a luz a una niña y, tras el parto, le negaron cualquier asistencia médica. Como escribe el presbítero Gallego Fábrega: « En la mañana del día veinticinco acabó el martirio de la guapa gitanilla de veintitrés años, que murió abandonada y sola, pero sin denunciar a su catequista, a pesar de todas las presiones a que estuvo sometida. » Aunque sus compañeras bautizaron ellas mismas a su hija, las autoridades se la llevaron y nunca más se supo de ésta.